Cuando el frío del invierno no apaga los calores internos.
Apología al onanismo


Onanismo, De Onán, personaje bíblico, e -ismo. 1. m. masturbación. Así define la Real Academia de la Lengua Española el término. Cruzaba la calle mientras pensaba en ello. Se me había quedado la palabra en la cabeza, luego de haber escuchado una canción de Daniel F. Durante una época, me había pegado con él y con Leuzemia. Fue durante mis años universitarios, cuando conocí gente de todos lados de Lima con la que compartía mucho tiempo. Recuerdo también una vez, caminando por el malecón con un amigo algunos años mayor que yo, me dijo “hay dos cosas que los hombres nunca vamos a dejar: la hierba y la paja”. Lo dijo porque en aquella época, unas pocas semanas antes, me hizo saber que ya no fumaría marihuana y me pareció raro, ya que justo yo había salido a caminar para fumar una chicharrita que encontré casualmente en una cajita de fósforos. Yo no había hecho ninguna promesa de dejar nada, ni la paja, ni la hierba, así que tenía todo el derecho del mundo de quemar aquel saldo. En fin.

Caminaba hacia la panadería, siguiendo el viejo ritual matutino de ir a comprar pan. Todas las mañanas despertaba, tomaba dos tazas de café al hilo y salía por mi pan. Así, tal cual me había levantado, sin siquiera hacer una finta de peinado ni nada. Creo que repetir la rutina durante tanto tiempo, había logrado alojar en mi cabeza la idea de que si aún no me bañaba, el día no había empezado. Entonces, todo el planeta era asumido como una extensión de mi casa, en donde podía caminar con soltura, hasta calato si se me ocurría.

Crucé la avenida Grau y en el paradero del corredor azul, observé, como todas las mañanas, los mismos rostros de incertidumbre e insatisfacción. Parecía que a ellos les hacía falta una pavita o una buena paja, a doble mano y con pose si era posible. Llegué al mostrador y extendí dos soles-Dame diez panes, por favor- la chica de la panadería, a esa hora, atendía con amabilidad, a pesar de aparentar no disfrutar de la labor. Siempre que había cola, me quedaba observándola. Era alta, esbelta, el pelo lacio hasta la mitad de la espalda, de un negro azabache intenso. Era dueña de una belleza singular. Me hacía acordar a Pocahontas. Una mirada bondadosa extendía la bolsa llena de pan caliente y recibía el ticket de compra. Muchas gracias-le dije y di media vuelta con dirección a mi casa. Caminaba y a pocos metros, mientras sentía como la bolsa de plástico se calentaba con el contenido, retomé la idea del Onanismo y, esta vez, incluía a la chica de la panadería en mi diálogo interno. Imaginaba entrar en la panadería de madrugada, antes que abran la puerta y cogerla por la cintura, de espaldas, oler su pelo que me tenía hipnotizado, y penetrarla con furiosa rapidez, mientras mis manos la tomaban por sus pechos tibios. No podía permitir que se agache, tenía que ser así, paraditos, porque cualquiera podría escucharnos y tenía que ser veloz. “Al toque, al toque” con esas palabras acabó mi fantasía. Noté que, a pesar del frío, tenía el miembro agarrotado debajo de mi pantalón de buzo. “Mala idea ir a comprar pan con buzo” Por suerte estaba ya en casa listo para empezar el día. Lo curioso es que seguía pensando en el Onanismo, en la palabra, más que en la acción propia.

Regresé y me senté en la computadora, listo para tomar mi tercer café. Me encanta el café, no importa la hora ni la dosis. Me encanta. Ahora que lo pienso, alguna vez tuve un par de sobredosis de cafeína. Es una experiencia terrible, pensaba que me iba a morir, con el corazón en una frenética taquicardia y todos mis sentidos exaltados, los pensamientos en mi cabeza, más rápido que de costumbre y una inmensa necesidad de encontrar calma. Otro día también tuve un exceso de cafeína, pero fue diferente. Sentía agudizados los sentidos, como si mis vasos sanguíneos estuviesen dilatados al extremo, permitiendo un mayor flujo de sangre a todos los rincones de mi cuerpo. En ese momento, decidí entregarme al placer de la paja, sí, Onanista del mal. Fue una experiencia agradable. Todo se sentía más intenso. Casi podía escuchar los latidos de mi pene. No hablemos del corazón que aquí no tiene sitio.

Desde aquella vez, cuando quiero entrar en la privacidad de la paja, me aseguro tener dos tazas de café en el cuerpo. De todas maneras hay que cuidarse. Todo en exceso hace daño, dicen por ahí los puritanos. A mí me parece que no, no todo exceso es nocivo. Nunca he sido fiel a generalizar situaciones o usos. Disfrutaba, y disfruto, el café y la paja en exceso.

Con algunas personas, durante una época, se había vuelto común hablar de pajas. También fue en mis años universitarios, cuando me faltaban apenas dos semestres para terminar mis estudios, había adquirido el hábito de llegar a las 7:00 am, porque con un reducido grupo de amigos y amigas, nos encontrábamos para tomar café antes de empezar las clases. El ritual era sencillo y me gustaba: éramos cinco personas y cada día uno debía costear el café de todo el grupo una vez a la semana. Conversábamos de todo y, claro está, también de sexo y pajas. Una de las tantas mañanas, la conversación inició con las incidencias de la última fiesta de la facultad, organizada por el centro federado, ellos hablaban del par de sonsos que se habían ido a culear, ebrios, a la acequia cercana al campo ferial y, lástima, pero el día previo habían regado. La acequia era todo barro y, por las evidencias en las rodillas de nuestros amigos, se notaba que habían estado en perrito. Aquellas eran las temáticas habituales por las mañanas. Luego, cada quien se retiraba a su respectiva clase y así transcurrían los días. Hago una pequeña mención a este grupo de tertulia y café, porque años después, cuando me encontraba trabajando en Piura, solía sostener encuentros con un pequeño grupo de personas que había conocido ahí y también eran ajenos a la región. Todos habíamos llegado a Piura por trabajo y, en la búsqueda de compañía, a veces nos encontrábamos en un pequeño local que tenía por nombre La Habana. Estaba situado en medio de la tranquilidad de la urbanización Santa Isabel y ofrecía un ambiente aceptable, con piqueos y cerveza a buen precio. Aquella noche, habríamos sido unas siete personas, entre hombres y mujeres, y comencé a relatarles una anécdota de los años en que me reunía con mi grupo universitario de bebedores de café. Estábamos dispuestos en una mesa larga y yo me sentaba en una de las cabeceras y para que mi relato llegase bien a todas las personas de mi mesa, tenía que levantar la voz un poco, ya que la música estaba algo fuerte. De pronto, me encontraba contándoles acerca de mi inmenso cariño hacia la paja y de la cucufatería peruana al respecto, al hecho de preferir ser hipócritas y tratar de señalar al “pajero” como objeto de burla, cuando todos, en mayor o menor medida, lo somos. En eso, cuando estaba por terminar mi relato, suelto un profundo y sonoro “NO TENGO PROBLEMA EN DECIRLO: A MÍ ME ENCANTA LA PAJA”, justo cuando la música acabó. Estoy seguro que la última parte de la expresión se debe haber escuchado hasta en almohada del presidente regional. Durante unos segundos hubo un silencio terrible hasta que reanudó la música. De pronto, uno de mis amigos alzó la mano para pedir otra cerveza y disipar el rubor y la mesera se acercó a la mesa, algo avergonzada, diciendo que ya iban a cerrar, por lo tanto, no podían vendernos una botella más. Era extraño porque no era tarde, serían las 9:00 pm o más y a esa hora los locales recién empezaban a llenarse.

La defensa de la paja me ha conducido por caminos insospechados. Algunas veces he encontrado expresiones de desagrado entre algunos miembros del sector femenino. Otras, por el contrario, bastaba mencionar el hecho para que se encendieran debates interesantes al respecto. Siempre he disfrutado aquellas conversaciones intensas que comienzan con un tema específico y luego se ramifican, abarcando tópicos totalmente opuestos al onanismo. Hace no mucho, anduve asistiendo una entrevista conducida por dos amigos. Uno de ellos era el encargado de tomar fotos, mientras que el otro se encargaba de hacer las preguntas al entrevistado. Como el fotógrafo necesitaba apoyo, yo estuve ayudándolo en todo lo que fuese necesario. Estábamos hablando de deportes y de pronto le pregunté: ¿Oye y tú prácticas algún deporte?, a lo que inmediatamente respondió “No, solamente me corro la paja”. Aquella vez no nos extendimos en el tema. Me pareció curioso y me puse a pensar en la actividad física que implica masturbarse. ¿Será realmente una disciplina suficiente para considerarla deporte? ¿Podrán organizarse torneos y eventos con pajeros? ¿Cuán hábiles seremos los peruanos practicando aquella actividad? ¿Será viable constituir una Federación Deportiva Nacional de Pajeros? Si juzgamos por las publicaciones que abundan en los quioscos de periódicos y revistas, todo indica que sí, los peruanos somos bastante pajeros. Titulares como “7 consejos prácticos para remojarle la almeja seca” o “Así fue mi primera vez por el tubo” aparentemente confirman mis sospechas. ¿Cuál será la posición de la Iglesia respecto a la masturbación? Recuerdo que Vargas Llosa, en La tía Julia y el escribidor, narra un pequeño relato acerca de la vida de un sacerdote mulato, algo diferente al concepto que se tiene de ellos. Éste decía que “La masturbación era un regalo de dios a aquellas personas que practican el celibato”, De hecho, no recuerdo sí fue con estas palabras exactas, pero la idea sí es la misma. Yo extendería aquel concepto, diría que es un reglo de dios a todas aquellas personas que quieran disfrutar de un momento de soledad con su cuerpo.

Sentado frente al monitor, esperando que termine de pasar otra taza de café, me pregunto, ¿llegará el día en que deje de jalarme la tripa? O si sucediera que teniendo una avanzada edad, de pronto, me vea presa de la tan temida disfunción eréctil, ¿sentiría el mismo candor que me lleva a encerrarme para disfrutar de una buena paja o, por el contrario, una vez que se muere el perro, la rabia muere con él también? A veces pienso en ello, ya que la vida transcurre tan rápido y muchas veces nos toma por sorpresa, que es importante plantearse situaciones que podrían presentarse en el futuro. Por el momento aún puedo disfrutar de potentes erecciones y como ya estoy terminando mi tercera taza de café y debo empezar mis labores diarias, debo bañarme. Con estas interrogantes me despido, no sin antes desearles unas muy felices y saludables pajas.