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RELATO BREVE DE INVIERNO

Publicado: 2017-06-07


Es un poco extraño el comportamiento de las personas en lo que respecta a relaciones humanas. Cuando aparece en nuestras vidas alguien que nos causa singular atracción, surge también una ansiedad incontrolable por aproximarnos a ésa persona. Pareciera que el tiempo deja de ser paciente y que la existencia sobre la tierra no tiene importancia hasta que se logre algún vínculo con aquel ser, sea éste afín a nuestros intereses o no. El hecho que voy a narrar comienza en el año 2008, en casa de un familiar de mi buen amigo JP. En sus cumpleaños, JP solía organizar unas soberanas fiestas que convocaban a todas las sangres, a todas las fuerzas del universo, con la única consigna y promesa de celebrar como nunca tan magno suceso. Por aquellos años, me encontraba transitando las postrimerías de una ruptura sentimental que logró socavarme en lo más hondo de la existencia. Fue realmente una época oscura y también fue difícil el camino para salir de ella. En fin, estaba en dicha casa, recuerdo, buscando un sacacorchos sobre una larga mesa en donde había platos, vasos, cubiertos y todo el arsenal y recursos necesarios para lograr los objetivos de la épica gesta. De pronto, noté que una mujer de imponentes medidas y proporciones apareció en el salón. Recuerdo que quedé literalmente suspendido en el tiempo, observando los movimientos que su esbelta silueta dibujaban en el espacio. Sus increíbles ojitos achinados, en concierto con una deliciosa sonrisa se convirtieron, rápidamente, en una titilante luz que definió el camino de salida hacia la diáfana libertad de mis días, al más fiel estilo de los náufragos y el cielo estrellado en el oscuro mar nocturno ….o por lo menos, eso creí en aquel momento.

Resulta un poco necio pensar que una mujer como ella aparecería sola en una reunión de aquellas. Es natural observar que, siendo una chica tan atractiva, no solo yo me encontraría en un estado súbito de estupidización y, por tanto, se encontraba acompañada de un buen hombre, como tantos muchos otros que estarían esperando tener una oportunidad. Hasta ése entonces, no era claro si ambos tenían algún tipo de relación más allá de la amistad, pero ante la duda, la prudencia recomendaba distancia. Además, nunca he sido el tipo de persona que se desenvuelve fácilmente con alguien que considere atractiva. Suelo encerrarme en una coraza y, por cobardía, hay que aceptarlo, dejo que la vida transcurra, transformándome en el más feliz e idiota de los espectadores.

Las horas corrían y mi ansiedad se convirtió en el arnés que me sujetaba al espacio-tiempo así definido. No perdía oportunidad para observarla y me había transformado, sin quererlo, en un acosador visual. Por más que me encontrase sosteniendo una conversación con alguna persona, me las arreglaba para tener un ojo siguiendo cada uno de sus movimientos y otro mostrando respeto a mi interlocutor. El vino había inundado mi sangre a tal punto que era preciso preguntarme si había alcohol en ella o si, por el contrario, quedaba algo de sangre en mi alcohol. De pronto, en ése estado de ofuscación etílica, recuerdo que ella y yo nos encontramos conversando. No tengo la menor idea de la hora que era, ni de qué hablamos. En realidad, poco me importaba saberlo. Lo más importante había quedado registrado: Se llamaba C y había estudiado en la misma universidad que mi buen amigo JP, anfitrión y homenajeado de la velada. De pronto, la noche terminó, cada quien se retiró a su casa y, la verdad, creí que ése sería el único contacto que tendríamos, sin poder imaginar que estaba equivocado.

El tiempo pasó y algunas otras ocasiones de encuentros fortuitos con C sucedieron: reuniones con amigos en común, eventos institucionales diversos, coincidencias en lugares públicos y uno que otro motivo particular hicieron posible que pudiésemos tener más contacto, siempre desde el plano más formal de la vida humana en sociedad; es decir, nunca se dejó claro que, por lo menos, uno de los dos sentía algún tipo atracción por la otra persona. Las redes sociales ya existían y progresivamente comenzaron a apropiarse de nuestras vidas. Entonces no resultaba descabellado enviar y recibir invitaciones, a través de Facebook, a quienes conocíamos, con la finalidad de alimentar nuestra red. Fue así que un buen día encontré su perfil en mi página y decidí invitarla, a lo que correspondió rápidamente y este hecho abrió la posibilidad de tener mayor contacto con C, pudiendo ser a través de conversaciones o comentarios o alguno de los infinitos recursos que ofrece el sistema para lograr comunicar a las personas. Algunas veces, la mayor parte del tiempo diría yo, actuando como un simple espectador de su presencia, observando sus fotos o leyendo sus interacciones con terceros, sin dejar rastro visible de mi virtual permanencia en su vida.

En el escenario descrito, la vida me condujo por diferentes lugares y dos años después tuve la oportunidad de mudarme al norte del Perú, a la región del eterno sol: Piura. Inicialmente, me quedaría diez meses ahí, trabajando para un proyecto de conservación de ecosistemas. Sin embargo, La realidad fue otra y mi tiempo se estiró por tres años y dos meses. Al inicio de mi permanencia en el norte, no perdí el contacto con Lima y visitaba mi ciudad cada fin de mes. Durante el segundo año ahí, las obligaciones contraídas hicieron que mis visitas mensuales se fueran aplazando y, en simultáneo, había empezado a cultivar y establecer relaciones en Piura. Sin embargo, a través de las redes mantenía contacto con algunos amigos y ella, C, era alguien con quien conversaba esporádicamente.

Así sucedió que mi plazo en Piura terminó y tuve que regresar a Lima y reinstalarme con otras ansiedades, motivaciones y proyectos por cumplir. Para ser sincero, el impulso que me había mantenido en vilo, años atrás por C, se había disipado y, de hecho, en los casi cinco años que teníamos de conocidos, yo me había relacionado con otros afectos y emociones. En resumidas cuentas, mi vínculo con ella siempre fue, en términos ideales, platónico. De pronto, un curioso suceso, llamó mi atención. Corría el mes de octubre de 2013 y en aquel entonces mi buen amigo M y yo, habíamos abierto un pequeño bar que tenía por misión ofrecer un ambiente agradable a los amigos y promover actividades culturales y artísticas. Se acercaba mi cumpleaños y decidimos organizar una fiesta que, rápidamente, difundimos a través de las redes y la respuesta efusiva de las masas fue inmediata. Entre los muchos comentarios que recibió la invitación, uno llamó mi atención al instante, era de C: “ Uy, escorpio! Con razón me caes tan bien. Yo soy del 23”. Esta línea, simple en esencia y nada definitoria, fue por el contrario, muy importante para mí. No encuentro explicación de por qué me pareció tan especial, pero en ése momento, aquella frase me catapultó al momento en que por primera vez desordenó una fracción de mi existencia y, como si hubiese revivido un muerto, empezó nuevamente a circular la ansiedad en mi cuerpo. Esta vez era diferente, puesto que ya teníamos una amistad de cinco años y había un acercamiento.

Fue así que un buen día decidí invitarla a ver una obra de teatro, pues un amigo había estrenado una temporada en el Teatro Municipal y me ofreció unas entradas pero no tenía con quien ir. Aproveché la oportunidad, le hice la invitación y la aceptó. Aún no tengo claro qué fue lo que sucedió, pero a pesar de haber sostenido un diálogo constante y con un aparente mutuo interés por parte de ambos a través de las redes, nos distanciamos brevemente y la temporada de teatro finalizó, con lo que no se concretó nuestra salida. Luego de esta primera invitación, vino otra para tomar un café y tampoco llegó a buen puerto. Transcurrieron algunas semanas y las conversaciones a través de Facebook o WhatsApp se hicieron menos frecuentes y, lo que en algún momento pareció empezar a tomar forma, de pronto se disipó. Ahora reflexiono y creo que fui presa de mis inseguridades adolescentes, que parecieron haber resurgido con el firme propósito de paralizarme y arrojarme al abandono ante cualquier intento por dar batalla. El tiempo no espera, decía mi abuelo, y las distancias se hicieron materiales a tal punto que un buen día me armé de valor, decidido a enfrentar a aquel monstruo para por fin vencerlo y le hice una última invitación con promesa de café a C. Esta vez ella, muy cortésmente, respondió agradeciendo la invitación, pero creía que a su novio no le agradaría la idea. El mensaje fue claro y tomé una distancia bastante razonable, a tal punto que perdimos totalmente el contacto.

Debe haber transcurrido poco más de un año y resulta que C, de pronto, se había mudado a mi distrito. Era una “neobarranquina”, así que un buen día me escribió contándome sobre su nueva locación y que estaba interesada en tener contacto con personas ligadas al movimiento político que yo apoyaba. Parecía haber estado enterada de mi incursión en política. Cabe mencionar que durante los últimos meses del período electoral de 2014, me encontré apoyando activamente la campaña de una agrupación vecinal que pretendía la alcaldía de Barranco. Fue así que le conté un poco sobre la actividad y misión del grupo y que periódicamente se organizaban actividades con los vecinos interesados, con la finalidad de mantener el contacto y afianzarse en el distrito. Por diversos motivos tuve que alejarme de las actividades políticas y mi promesa de avisarle sobre algún evento no pudo concretarse. Sin embargo, muy esporádicamente, de una u otra forma nos mantuvimos en contacto. Una tarde-noche de un domingo, recuerdo, C había salido a pasear a su perrita al malecón y quedamos en encontrarnos ahí. La encontré y mientras caminábamos de regreso a su casa conversamos sobre muchas cosas. Curiosamente, esa fue nuestra primera y única salida, aunque no lo haya sido en términos formales. Después de dejarla iba de retorno hacia mi casa por la avenida Grau y pensaba en nuestra historia. Las últimas palabras que me dijo antes de despedirse, feliz porque le parecía genial tener amigos en Barranco, hacían eco en mi cabeza.

No hace mucho C me escribió pidiéndome el favor de ayudarla a buscar un departamento cercano al malecón, pues había decidido mudarse. La ansiedad que antes me habría suscitado su cercanía, ha desaparecido ya y una especial sensación de sosiego y encanto ante su presencia la ha reemplazado. Me sigue pareciendo una chica hermosa, más incluso de lo que me pareció cuando la vi por primera vez. Hace poco recibí una llamada suya y me pidió que por favor la acompañe a llevar a Huaral a un perrito que encontró abandonado en una de las playas de Barranco, mientras hacía ejercicios durante la mañana. Inmediatamente accedí y ésa misma tarde pasó a recogerme, aproximadamente, a las 6:00 pm. El viaje hasta Huaral tomaría al menos dos horas, considerando el tráfico insufrible de Lima. Durante el trayecto de ida y vuelta conversamos bastante y disfruté a cada rato de sus increíbles ojitos achinados y de esa deliciosa sonrisa nuevamente. Aquella voz, sincera en afectos y despercudida en contenido, era lo mejor que podía escuchar. Cuando por fin regresamos a Barranco cerca de la medianoche, nos despedimos y no dejaba de agradecer mi compañía, sin saber que quien debía hacerlo por darme tanto esa noche era yo. Mientras caminaba por la acera del parque que conduce a mi casa, pensaba que algunas personas transitan de frente por nuestras vidas sin lograr arraigo alguno. Otras en cambio, aunque formalmente no logren vínculos de “dependencia” con nosotros, llegan y se quedan para hacerla más rica y hermosa. De pronto, me vi abriendo la puerta de mi casa y noté que tenía una gran sonrisa en la cara y otra más grande aún atravesando mi alma. Muchas gracias, querida C.


Escrito por

Diego Olascoaga

Intereses diversos y otros demonios.


Publicado en

Procastinación

Espacio dirigido a entretener sanamente, despertar y discutir intereses diversos o simplemente a pasar el rato.